
Domingo de Otoño. Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve. Sólo nos queda esta balada de otoño.
Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que jamás saldría de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoría de los hombres en el instante en que Aureliano Buendía acabara de descifrar los pergaminos.
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